Una sesión de pruebas y fotos con el experimental y expuesto Superlight se nos antoja muy difícil, por no imposible. Gracias a la cambiante meteorología alpina –y a nuestros venerados santos patronos– el día siguiente amanece deliciosamente soleado y templado en el valle de Kitzbuehel, donde los ingenieros de Mazda guardan discretamente su joya minimalista. Menos mal, porque ya nos avisaron que el Superlight padece hidrofobia y no iban a arriesgarse a un inoportuno aquaplaning ni a arruinar el fino tapizado interior de piel. El pequeño juguete que con tanto mimo ha preparado Peter Birtwhistle, jefe de diseño de Mazda Europa, y su equipo, nos espera en lo alto del Kitzbüheler Horn, un discreto picacho a 2.000 metros de altura donde existe una de esas mínimas estaciones de esquí que los austriacos tienen la suerte de disfrutar al ladito de casa.El Superlight es aún más atractivo bajo el sol de alta montaña que cuando lo vimos en Frankfurt bajo los neones. Más bajito que el original MX-5 –la suspensión se ha rebajado en 30 milímetros– y despojado de todo lo superfluo, su aspecto incita de inmediato a la conducción.Dibujo técnicoUnas breves explicaciones por parte de los técnicos de Mazda nos indican cómo se arranca este deportivo único y algunas particularidades, como que es inútil tirar del freno de mano, es de mentira. Por quitar, se ha quitado hasta el freno de estacionamiento al considerarlo accesorio en este prototipo.Con el sonido del siempre vigoroso motor 1.8 potenciado por una admisión de aluminio y un escape especiales Mazdaspeed, comenzamos a disfrutar, porque no hay otra palabra para decirlo, al volante de este seductor experimento. No hace falta meter la tercera para darnos cuenta de la agilidad conseguida al rebajar el peso en 100 kilos. Los ingenieros del centro europeo de I+D de Oberursel –Alemania– han dotado además al coche de unos amortiguadores Bilstein B16 y barras estabilizadoras Eibach. Además, la adopción de frenos más grandes y de cuatro pistones ha aumentado el ancho de vía delantera en 50 milímetros, con lo cual notamos en el manejo del volante una precisión y una obediencia de maniobra muy potenciadas. El coche nos pide a gritos una conducción lúdica, trazando las curvas con fantasía y aprovechando al milímetro las trayectorias, como si estuviéramos dibujando la carretera.La rigidez de suspensiones y la eliminación de elementos filtrantes del chasis y los asientos nos hacen sentir el asfalto mucho más cerca, transmitiéndonos enseguida las sensaciones de rodadura y deslizamiento de las ruedas. Mientras tanto, y a medida que vamos adquiriendo velocidad, el viento incide directamente en la cara y nos alegramos de no habernos quitado la chaqueta pues a primera hora de la mañana la brisa que desciende de los glaciares tiroleses quema la cara. Esa sensación y aprovechar el reparto de pesos del Mazda, apoyado por igual entre ambos ejes, mientras acariciamos la hierba de la cuneta y admiramos de reojo las casitas allá en el fondo del valle se convierten en un paseo muy gratificante.Vuelta a los orígenesManejando con soltura la pequeña palanca de cambios, mucho más eficaz que lo que su insólito diseño podría hacer pensar, sacamos mucho partido al pequeño motor. Cinco relaciones y un desarrollo final bastante corto son suficientes para mantener con facilidad el régimen idóneo para conservar la motricidad posterior y compensar con aceleraciones la rapidez de respuesta del eje delantero. El bloque no ha necesitado modificaciones, el aligeramiento ha optimizado considerablemente la relación peso potencia, mejorando prestaciones y respuestas en cualquier marcha o régimen. En una carretera como la sinuosa subida al Kitzbüheler, cuyas rampas presentan desniveles de hasta el 24 %, el Superlight trepa con la agilidad de una moto. Desde dentro, vemos cómo las curvas se aproximan con inusitada rapidez al ras del enorme capó de aluminio pulido, que los imaginativos diseñadores han tenido que prolongar hasta el habitáculo al eliminar los montantes delanteros y el parabrisas.