En el circuito de El Jarama se respiraba ayer más ilusión de la habitual. Para todos los amantes del motor, acudir a una pista de carreras siempre es una experiencia única, especialmente si tienes la posibilidad de rodar, de exprimir un coche sintiendo cada curva mientras tratas de memorizar cada trazada, cada vez más fino, cada vez más rápido.

Bien, puestas sensaciones que seguramente tú hayas tenido la oportunidad de experimentar, no son nada comparado que lo que vivieron ayer en Madrid un grupo de unas 60 personas ciegas. Sí, aquellas que gracias a su afán de superación nos han demostrado que no sólo saben salvar los obstáculos del día a día, también son capaces de realizar deportes y actividades de riesgo. Todo –o mejor dicho casi todo– lo que se proponen porque hay algo que no les está permitido y que para la mayoría es su gran anhelo: la conducción.

"Para mi es lo peor de ser ciego, lo primero que haría si pudiera ver sería conducir", nos confiesa Luis, de 58 años y doctorado en filología."No te lo creerás, pero hubiera cambiado mi trabajo y mis estudios por dedicarme al motor, me hubiera encantado recorrer largas distancias, atravesar varios países en un camión, por ejemplo". Su relato es emocionante por partida doble, en primer lugar porque nos habla en primera persona todo un aficionado al motor –"de joven tuve un Lancia Delta HF Turbo y ahora acabo de comprarme un BMW 428i", confesaba– y segundo porque lo hace al volante de un coche, concretamente un Seat León Experience con el que está a punto de salir por el pit lane.

Unas últimas instrucciones del monitor le recuerdan a Luis que tiene que seguir sus indicaciones como si se trata de las agujas de un reloj. Aquí nada de izquierda o derecha, las órdenes son más precisas y en los primeros metros nuestro protagonista demuestra que está dispuesto a acatarlas con celeridad."Menos cinco, menos diez, menos cuarto, en punto", canta el monitor y Luis supera sin problemas la primera curva rumbo a Farina disimulando a duras penas sus nervios y también su ilusión."¿Sigue estando el cartel de Firestone?", se le escapa al iniciar la rampa Pegaso. Nuestro protagonista no ve la pista pero está claro que la percibe y cuando el coche se queda sin fuerza y tiene que hundir el pedal del acelerador saber perfectamente donde se encuentra. De hecho, su cierto imaginario es mejor que el nuestro."El cartel no está, sólo se ve la estructura", le contestamos.

Las vueltas se suceden, "voy aguantando la respiración", confiesa cuando le felicitamos por ser el mejor conductor en la pista durante esta tanda. La clave es que obedece con rapidez las indicaciones, es fino y sobre todo, acelera sin cortarse cuando se lo pedimos. "Lo siento si me paso, es que apetece". Nos despedimos de Luis impresionados por la lección que acabamos de recibir a nosotros también nos empieza a apetecer la experiencia. ¿Será realmente tan difícil como creíamos? No nos lo había parecido viendo a Luis aunque claro, el resto no lo estaba haciendo tan bien.

Al bajar del coche nos encontramos con un pit lane repleto de gente y conversamos con otra invidente, aproximadamente de la misma edad."He hecho cosas de todo tipo, me encanta el riesgo, el deporte de aventura, pero sin duda, lo mejor es lo de hoy, conducir para mi es el máximo, es la libertad, sentir que puedes desplazarte a velocidad y a tu antojo no tiene comparación". El relato nos anima a dar un paso adelante así que sin más, nos ponemos la venda y subimos a un Seat León, en este caso un compacto TDI de 150 caballos con cambio DSG y qué buen aliado.

AGOBIO, DESCONFIANZA Y… ADRENALINA

Los primeros minutos al volante del León podríamos calificarlo de claustrofóbicos. Con el asiento, el volante y –no se lo pierdan– los espejos regulados a nuestro gusto, de repente se hace la oscuridad. Cuando la venda nos cae en los ojos y el instructor nos dice que aceleremos para abandonar el pit lane nuestro cuerpo habla por nosotros mismos: No.

Cuesta hacerse a la idea, pedimos subir el aire acondicionado y tenemos la sensación de irnos a marear, pero poco a poco avanzamos, templamos el pulso y comenzamos a escuchar el coche, a tratar de calcular la velocidad y sobre todo, a escuchar a Julio, nuestro monitor. "Tienes que confiar en mi, yo te iré avisando". Cuesta, de hecho nos es mucho más difícil que a los invidentes y esa es la clave. Al principio nos obsesionamos"¿ahora qué viene vamos, llegamos ya a Le Mans?", pregunto. "Ni siquiera hemos alcanzado Farina" me responde sin disimular su risa. Impresionado, trato de olvidarme del circuito, de soltar un poco más el volante porque al principio lo agarras con tanta fuerza que no sabes muy bien hacia adonde apunta. Funciona y tanto que funciona.

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En mi cabeza no tarda en aparecer representado un reloj, ese que manejo con mis manos en el volante y al que le pongo hora en cuanto mi instructor me lo ordena. Y punto. Así, las felicitaciones no tardan en llegar. "Hemos hecho la zona de Bugatti perfecta". No doy crédito, pero lo cierto es que el oído nos permite calibrar la velocidad de una forma sorprendente y si pensamos sólo en obedecer y nos concentramos en ello, sí sentimos el placer de un paso por curva medianamente rápido y pasamos por recta de meta acelerando sin contemplaciones por encima de los 100 km/h según datos de la organización.

Al final, la experiencia es adictiva sí, también para nosotros. Acelerar a fondo en Pegaso sin ver absolutamente nada libera una adrenalina importante y en la última vuelta le suplicamos a nuestro instructor que nos deje hacer la chicane de entrada al pit lane. Es increíble, pero la experiencia no podía ser más positiva y nos enseña varias cosas: La primera es que conducimos con muchos más sentidos que la vista, la segunda es que el placer de conducción implica más a los otros sentidos incluso y la tercera es que nadie debería privarse de este gran placer, mucho menos los ciegos.

En el futuro, máximo dentro de diez años, cuando los coches autónomos estén en el mercado, espero que éstos puedan permitir a nuestros amigos de la ONCE ponerse al volante con normalidad. Con un navegador de instrucciones precisas y todos los asistentes alerta al mano seguro que esto se podrá dar. Sólo hace falta una especie de piloto automático que les deje interferir en breves periodos para experimentar este inmenso placer sin que la seguridad se vea perjudicada. Desde luego en el circuito se lo pasaron en grande y prometieron repetir.

Lettermark
Jose Carlos Luque

Experto y apasionado del motor y la comunicación en todas sus formas, recalé en Car and Driver a finales de 2007 y desde 2016 dirijo este site. Periodista de vocación y formación, conservo buenos contactos en el sector y trato de que la información que leas aquí sea la más inmediata, completa y veraz. Pero también realizo pruebas, comparativas, noticias, entrevistas... y en mis ratos 'libres' crío a tres niños pequeños que –con diferencia– es el trabajo más duro de todos los que he hecho jamás.