En 1990, ciudades como Madrid presentaban una concentración de plomo en la atmósfera de 0,6 microgramos por metro cúbico. En 2001 se prohibió la comercialización de gasolinas que contuvieran plomo, un metal que se había utilizado como antidetonante desde los años veinte del pasado siglo.

La elección del tetraetilo de plomo se tomó por imposición de una patente, detentada por General Motors, Du Pont y Standart Oil. Como ya se sabía entonces, otras substancias diversas como los alcoholes hubiesen servido de antidetonantes sin el peligro de liberar metales pesados a la atmósfera. Pero como en muchas otras circunstancias pudo más el negocio a la prevención a largo plazo.

Desde entonces, el plomo han pasado inerme desde el aire al agua y por medio de estos a los seres vivos. Estudios médicos forenses han descubierto que la presencia del plomo en el organismo de los seres humanos eran prácticamente inexistentes en épocas anteriores al Siglo XX, a no ser que hubiesen tenido un contacto directo con el metal. Pero después de esta fecha, todos los humanos portamos pequeñas concentraciones de plomo en nuestro cuerpo, muy difíciles de eliminar de los tejidos.

El problema de la contaminación atmosférica ya se está resolviendo con una bajada significativa de la presencia de plomo en el aire que respiramos y hemos pasado de los 0,6 microgramos de 1999 a 0,1 que se registraron en 2010.

Pero lo mejor de un reciente trabajo realizado por el Centro de Investigación Biomédica publicado en la revista Gaceta Sanitaria es que la presencia de plomo en el organismo de los niños españoles ha pasado de 21,79 microgramos por decilitro de 1991 (Muy por encima de la concentración recomendada por la Organización Mundial de la Salud de 10 microgramos) hasta los actuales 1,12 microgramos. Sin duda, es un excelete trabajo y una buena noticia que atañe directamente a nuestra salud.