Llevaba en mi lista de cosas pendientes por hacer desde hace tiempo; sin embargo, no ha sido hasta hace unas semanas cuando he vivido mi particular “bautismo de fuego” en el mítico trazado germano de Nürburgring. Creo que cualquier aficionado al motor que se precie debe encontrar un hueco en su agenda para darse su particular homenaje y respirar el aroma especial que desprende la mezcla de combustible quemado y naturaleza exhuberante que rodea a este paraíso de la velocidad más extrema.

Ubicado en la parte oriental de Alemania, lo más económico es volar hasta el aeropuerto de Frankfurt Hahn. Las retorcidas carreteras de acceso que no desentonarían en un tramo de rally sacan a relucir las bondades de nuestro Ford Fiesta de alquiler y nos preparan para la llegada al mítico trazado.

Antes de intentar conciliar el sueño a la espera de la gran cita, tuve la oportunidad de conocer el hotel más lujoso de todo Nürburgring. Sus cinco estrellas y una decoración muy cuidada, que incluye coches expuestos en el mismo hall o las privilegiadas vistas a la recta del circuito desde las habitaciones bien valen su precio, aunque dado nuestro viaje con un presupuesto reducido lo dejamos para otra ocasión. Nürburgring es un destino turístico desde hace años y muestra de ello es su gran oferta de hoteles y apartamentos en sus alrededores, que si bien están llenos en las grandes citas, se pueden conseguir a buenos precios reservando con antelación.

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Cuenta atrás

A la mañana siguiente, el despertar es peculiar en medio de una densa niebla y los bufidos de un Subaru Impreza. En una primera toma de contacto con los alrededores, la cultura automovilística del lugar te abruma. Basta con un paseo por la zona de acceso a Nordscheleife y sabes que esta gente no se anda con tonterías. Deportivos con pedigree se mezclan con temidos matagigantes como barquetas de carreras matriculables.

Aunque no seas tan afortunado como para poder pilotar esas máquinas, empresas como Rent4Ring te dan la posibilidad –desde 169 euros todo incluído: coche, gasolina y vueltas– de vivir una intensa experiencia en el mejor circuito del mundo.

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Escogemos un Suzuki Swift Sport, por su facilidad de conducción, precio y carácter GTI. A pesar de ser la versión más básica, no prescinde de escape deportivo, jaula antivuelco trasera o neumáticos semislicks y sus 125 caballos y apenas una tonelada de peso aseguran diversión a raudales a un precio contenido.

Llega el momento. Me encuentro en la cola de acceso, franqueado por un Caterham V8 y un 911 GT3 y es imposible no estar nervioso. Desde el primer momento la comunicativa dirección del Swift te hace sentirte como en casa y una configuración subviradora unida a la gran adherencia lo hacen perfecto para las primeras vueltas.

Cabeza fría

Puede que eches en falta una mayor potencia, pero los 190 kilómetros/hora que alcanzaba el pequeño deportivo japonés en Kesselchen eran más que suficientes para vivir una experiencia única y embriagadora. La sensación de riesgo y diversión se mezclan mientras reconoces puntos míticos como Karrussel o Adenauer. Las bajadas te encogen el estómago mientras la ausencia de aislante trasero te incita a pisar a fondo en contra de lo que dicta tu cerebro.

De repente, en una curva contraperaltada en la que crees que el coche no puede dar más de sí, te adelanta por el exterior un motorista, rodilla al suelo y se despierta en ti un sentimiento de respeto y admiración por cada uno de los pilotos que han ido rápido en esta trampa mortal llamada Infierno Verde.

Los desniveles de hasta el 17% lo convierten en una motaña rusa

Luego están el resto de conductores, que no tendrán ninguna piedad en meterte rueda en cualquier curva o arrancarte las pegatinas en recta. La anchura del trazado tampoco facilita las cosas y debes tener especial cuidado en curvas a izquierdas, ya que al circular por la derecha para facilitar los adelantamientos, un error te manda directamente a la hierba y unos metros más allá te esperan los guardarraíles y muchos euros de reparación.

Mención aparte para las ‘viejas tartanas’ armadas hasta los dientes, que suelen ir acompañadas de un hábil conductor que conoce al dedillo cada piano, bache y ondulación del circuito . Y es que aquí, más que en ningún otro, son las manos las que dictan sentencia.

Nürburgring sólo tiene un problema: es tan adicitivo como la peor de las drogas. Aún no he cogido el avión de vuelta a España y ya pienso de nuevo en regresar.

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