Ganador del 30% de las carreas que ha disputado en Fórmula 1, Lewis Hamilton se ha acostumbrado a ganar, casi a dominar, quizás olvidando lo que era sufrir, lo que era necesitar hacer magia o que los astros se unieran para sacar un resultado de cara.
El dominio de Mercedes en la era híbrida de la Fórmula 1 ha rozado lo insultante. A medio camino entre lo admirable, por la maniobra de conseguir un vehículo de tal calibre, y entre lo desesperante, por el transcurrir las temporadas sin que nadie se acercarse.
Al menos hasta este 2018. No es que Mercedes no hubiese tenido carreras de lucha, carreras donde había sido superado, pero bien es cierto que siempre habían encontrado una justificación clara, generalmente enfocado al trato de los neumáticos directamente relacionado con una variable no controlable, la temperatura. La ecuación se había reducido a si la temperatura es elevada, Ferrari sale favorecida por la gestión de los neumáticos.
Pero la situación ha cambiado. Ferrari no ha parado de mejorar y se presentó en Spa-Francorchamps con un vehículo mejor que Mercedes en absolutamente todos los aspectos. Más potente, más veloz, más consistente en curva, con mejor trato de las gomas, o en resumen, un vehículo más rápido.
Si bien la lluvia ayudó a que Hamilton sacara la cabeza durante la sesión de clasificación, esto no fue más que maquillaje superficial, pues Vettel fue superior durante toda la carrera, y aunque Mercedes maximizó su oportunidad durante la parada de boxes, realmente los de Maranello iban sobrados.
Las caras largas de Toto Wolff y especialmente de Lewis Hamilton reflejaban el grado de consciencia de que lo visto en Spa-Francorchamps no había sido un accidente, sino que habían sido superados, y que se le van a tener que poner muchos factores de cara para amarrar el sexto título consecutivo, el quinto para Hamilton.
Aunque similar a 2017, cuando Ferrari dilapidó sus oportunidades en la gira asiática, en esta ocasión los de rojo están ostensiblemente más fuertes, y llega algún que otro circuito poco beneficioso para Mercedes, lo que hace que los italianos se llenen de optimismo y olviden rápidamente errores pasados como el de Hockenheim.
Por delante, ocho carreras, la primera de ellas, en territorio hostil para Mercedes, Monza, con todos los tifosi empujando. La carrera que en 2017 sirvió para mermar la mentalidad de Ferrari, y que esta temporada puede acabar justo al contrario. Y siguiente destino, Singapur, donde Mercedes lo pasa mal, y donde Vettel podría retomar ya el liderato de la clasificación antes de encarar la recta final de la temporada.
En Spa-Francorchamps se vio al Hamilton más impotente, no al que pierde una carrera, sino al que es consciente de que va a costar mucho amarrar este título, que además, puede marcar un punto de inflexión, no tanto en su futuro, que también, sino en el de Mercedes, que ha dominado una era en un mundo o una época en la que una retirada a tiempo es una victoria, y más cuando has ganado a placer. Y de fondo, convertirse en el segundo piloto más laureado de la historia de la Fórmula 1 junto a Juan Manuel Fangio.
Generalmente, hay vértigo a la victoria. En esta ocasión, hay pánico, pánico a ser derrotado.
