“Una franja de trescientos metros cuadrados de espectadores animando a los pilotos se convirtió en una masa de histérico y negro horror”. Así de gráficamente describía la revista Time los momentos posteriores al mayor accidente de automovilismo de la historia, ocurrido en las 24 Horas de Le Mans un 11 de junio de 1955 cuando los restos en llamas del Mercedes conducido por el francés Pierre Levegh volaron hacia los espectadores tras un tremendo accidente en la pista, provocando al menos 83 muertos –muchos de ellos decapitados– y cientos de heridos.

El accidente dio la vuelta al mundo y dos días después, las autoridades galas prohibían las competiciones automovilísticas en Francia. Alemania, España y Suiza siguieron el ejemplo francés y suspendieron sus Grandes Premios.

El telón de fondo de esta horrenda desgracia fue la intensa rivalidad entre las escuderías alemanas y británicas y sus pilotos. En los 50, las pruebas automovilísticas eran, obviamente, mucho más peligrosas que hoy en día, con unas medidas de seguridad muy deficientes tanto en las pistas como en los propios vehículos. Los corredores arriesgaban su vida en cada prueba y solo dos días antes Alberto Ascari, doble campeón del mundo, había muerto en Monza. En Le Mans, desde que la competición se había inaugurado en 1923, habían fallecido seis personas. Pero hasta esa fatídica jornada, al menos se pensaba que los espectadores estaban a salvo.

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Ese día, más de 250.000 personas se habían reunido en el el circuito de la Sarthe para disfrutar de un nuevo duelo entre Mercedes, los dominadores en ese momento, y Jaguar, sus rivales ingleses. La estrella de la escudería germana era el mítico Fangio, considerado el mejor piloto de todos los tiempos. La estrella de los ingleses era el rubio patriota de 26 años Mike Hawthorn, que odiaba por encima de todas las cosas a los alemanes y su obsesión era derrotarlos en cada carrera. Lo que el público no sabía es que su 'Golden Boy' estaba enfermo. Un año antes le habían extirpado un riñón y los médicos le habían asegurado que estaría muerto antes de los 30. Decidido a exprimir al máximo lo que le quedara de vida, se dedicó al máximo a sus tres pasiones: la velocidad, la bebida y las mujeres.

En la pista, Hawthorn solo pensaba en ganar como fuera. Los rivales le acusaron múltiples veces de conducción temeraria. Su actitud ese día en Le Mans les dio la razón. Transcurridas unas dos horas de carrera, Hawthorn, en plena lucha con Juan Manuel Fangio, adelantó a un Austin Healey conducido por su compatriota Lance Macklin a la entrada de la línea derecha de las tribunas pero, de repente, frenó y decidió entrar a los pits. Sorprendido, Macklin hizo una brusca maniobra hacia la izquierda sin ver que dos Mercedes, a toda velocidad, se le echaban encima. El primero lo conducía el francés Pierre Levegh, con una vuelta de retraso, y el segundo, el Chueco Fangio.

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El drama se produjo en tan solo unos pocos segundos. En un último acto reflejo, Levegh levantó la mano para advertir a Fangio del peligro. Después, chocó contra el Austin y, a más de 200 kilómetros por hora, su Mercedes despegó para precipitarse, explotando, sobre las tribunas repletas de espectadores. Levegh salió despedido de su coche y murió tras el impacto, en una macabra casualidad, a pocos metros de su esposa.

Jacques Grelley, testigo de la tragedia, aseguró que “estaba pisando sobre cadáveres, estaban por todas partes. No fui capaz de hablar durante tres horas”. Su amigo acababa de ser decapitado con sus prismáticos aún alrededor del cuello.

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Por increíble que parezca, la organización no suspendió la carrera –argumentado posteriormente que si hubiera cundido el pánico eso habría dificultado las labores de rescate de los heridos– aunque Mercedes retiró a sus pilotos como muestra de respeto. A Hawthorn se le ordenó continuar y logró una triste victoria.
La prensa europea no tardó en señalarle como culpable aunque él siempre defendió su inocencia. “A mi juicio, dejé tiempo suficiente a cualquier coche que fuera detrás de mí para darse cuenta de lo que iba a hacer”, aseguró tras plantearse la retirada del automovilismo, algo que finalmente no hizo tras exonerarle la investigación oficial.

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Otros factores apuntados como causa de la tragedia fueron el material del que estaba hecho el coche de Levegh –una aleación de magnesio– que lo hacía más ligero y rápido, pero también más inflamable. Durante años además, hubo rumores que aseguraban que un aditivo secreto en el combustible del bólido del francéshabía hecho que explotara en el accidente, pero nunca se pudo demostrar.

El accidente al menos provocó que se instalaran mejores medidas de seguridad en Le Mans. Mercedes, por su parte, abandonó todas las pruebas automovilísticas hasta 1989. Hawthorn recuperó su apetito por el asfalto y en vibrante duelo con Stirling Moss, se convirtió en 1958 en el primer campeón de F1 inglés. Fue entonces cuando decidió por fin retirarse y casarse con la modelo Jean Howarth.

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Pero el destino le guardaba una última jugarreta: no fueron sus riñones los que terminaron con él. En una mañana lluviosa de 1959, su Jaguar se salió de la autopista y chocó contra un árbol. Murió prácticamente en el acto. Irónicamente, su sentimiento anti-alemán pudo ser la causa de su muerte. Un amigo declaró haber visto a un Mercedes adelantarle poco antes, y Hawthorn decidió que él iba a correr más que su rival favorito. Y así, el hombre al que muchos siguen considerando responsable de los horrores de Le Mans, encontró su propio fatídico final.

Vía: Esquire.ES

Vía: Esquire ES