A la izquierda, con 1.610 kilos de peso y la seria apariencia que le concede su carrocería de color azul ‘corporativo’, el Renault Latitude llega dispuesto a revalidar el título de la berlina grande más asequible del mercado.

Enfrente, con una apariencia algo más moderna y musculosa, un aspirante como el Malibú llega dispuesto a noquear a su adversario. De entrada, frena la báscula en los 1.595 kilos, su precio de partida es igualmente más bajo y por primera vez cuenta con una mecánica Diesel de General Motors, concretamente el motor 2.0 de 160 caballos del Opel Insignia.

Primer asalto
Es la hora de elegir coche y no tengo la más mínima duda, atraído por la novedad que supone un vehículo como el Malibú, apuesto por el americano para rodar los primeros kilómetros. Enseguida, varios detalles compartidos con el resto de la familia Chevrolet frenan un tanto mi curiosidad, por ejemplo, la llave y el volante son idénticos a los de Aveo o Cruze pero son más los detalles positivos.

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El puesto de conducción es cómodo, deja a mano la pantalla táctil incorporada y nos permite ver con claridad un cuadro de mandos igualmente moderno y llamativo. Si a esto le añadimos el arranque sin llave, el freno de estacionamiento eléctrico o el buen reglaje de los asientos, tenemos como resultado la sensación de ir subidos en una auténtica berlina de lujo. Lejos de ser pasajera, esta impresión aumenta a medida que remontamos la autopista en busca de curvas y pendientes más comprometedoras.

El Malibú demuestra ser un incansable rodador que, gracias a su citado propulsor y a un cambio de seis marchas y desarrollos largos, se permite cruceros realmente elevados sin que el cuentavueltas se acerque a la zona de las 3.000 revoluciones por minuto. De esta forma, no solo su motor funciona desahogado, lo mismo sucede con el pasaje que disfruta de una marcha plácida, rápida y silenciosa a partes iguales.

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Por su parte, el Latitude nos sigue con relativa facilidad en este terreno aunque penalizando algunas décimas su consumo. Se aprecia algo más lastrado debido a esos kilos extra del bastidor y también al menor par del 2.0 dCi que nos obliga a jugar más a menudo con el cambio.

En cualquier caso, la mecánica Renault ofrece unas prestaciones más que dignas y el gasto medio no acostumbra a superar los 6,7 litros a los 100 kilómetros.

A un ritmo razonablemente alto, tampoco apreciamos ruidos aerodinámicos intrusivos gracias a su afilada figura. Además, si en la parte trasera viajan tres adultos en lugar de dos, lo harán de forma más cómoda en este francés de ascendencia coreana que en el Malibú, cuya plaza central es más estrecha.



Pegan fuerte
La carretera empieza a torcerse y lo mismo sucede con nuestro gesto. Las curvas de la serranía madrileña eran terreno ‘maldito’ para los antecesores del Malibú, modelos como el Epica o el Evanda que recordamos bastante más limitados. Afortunadamente, estamos en lo cierto y el ‘gigante’ americano nos sorprende manteniendo el tipoen las zonas más complejas.

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Tan sólo si abusamos del gas o trazamos de forma brusca, notaremos algunos balanceos de la carrocería y subvirajes importantes en las curvas más lentas, pero queda claro que el chasis del Malibú –compartido con el Insignia– es muy superior al de sus antecesores.

En el retrovisor, comprobamos como el Latitude cede terreno, demuestra un comportamiento más aburguesado y recordemos que el Chevrolet también es más económico y capaz, golpes demasiado buenos.

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