Gracias al avance que están experimentando los motores de gasolina, es muy probable que la denominada ‘dieselización’ de nuestro mercado no sea tan acusada y pronto estas variantes circulen masivamente por nuestras carreteras. La combinación de poca cilindrada, inyección directa y turbo ofrece bajo consumo, prestaciones suficientes y agrado de conducción.

Si nos ceñimos únicamente al capítulo tecnológico, el Focus se lleva la palma gracias a su novedoso Ecoboost que, con sólo un litro de cilindrada, consigue una respuesta sensacional. Menos avanzado en este sentido se muestra el Cee’d, aunque el renovado compacto de Kia estrena un bloque de gasolina de inyección directa asociado a una nueva caja de cambios de doble embrague y seis velocidades. El Mégane, por su parte, se sitúa en un punto intermedio; tiene algo más de cilindrada que el Focus y también ofrece inyección directa y sobrealimentación.

Estas configuraciones mecánicas se montan en modelos –sobretodo, en el caso del Focus y Mégane– ya muy ‘solventes’. Ambos son compactos superventas y seguramente con estas motorizaciones conseguirán de nuevo cobrar actualidad. En el caso del Cee'd ha sido completamente renovado, con mayores medidas y una habitabilidad mejorada, todo a un precio competitivo.

Entrando en materia, la tercera generación del Focus incluye el novedoso bloque Ecoboost dotado de inyección directa, distribución variable y turbocompresor. Por el momento no puede ir asociado al eficaz selector de doble embrague Powershift, aunque el buen tacto del cambio manual no plantea problemas en este sentido.

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A medio camino

En el caso del Cee’d, la segunda generación de este compacto, además del comentado aumento de cotas –que lo convierten en muy ‘habitable’– aporta a su gama un nuevo motor de gasolina de inyección directa y distribución variable, aunque carece de sobrealimentación. Es un bloque desarrollado por la propia marca al igual que el cambio automático de doble embrague DCT y seis marchas–por el momento solo disponible con esta motorización– que incluye además levas detrás del volante.

Por último, aunque el Mégane es un ‘viejo’ conocido de nuestro mercado, la llegada del inédito Energy TCe –que sustituye al atmosférico 1.6 16 válvulas– junto con mejoras en el equipamiento y leves modificaciones estéticas, han vuelto a poner de actualidad el modelo. Su 1.2 cuenta con sobrealimentación, inyección directa y doble distribución variable, suma de factores que aportan cinco caballos más que su antecesor y más par, todo ello además con un 25% menos de consumo.

Al volante, suavidad

En el caso del Focus, su excelente bastidor y puesta a punto de las suspensiones lo convierten en la opción más dinámica y ágil de la comparativa. Su tacto de conducción es muy agradable y preciso, aunque el puesto de conducción en un primer momento da la impresión de estar un poco recargado debido a la profusión de botones. La estabilidad es muy elevada y la dirección es directa y precisa, lo que ayuda en los cambios de trayectoria. Si a este cóctel unimos el motor Ecoboost, el resultado convence. A pesar de su bajo cubicaje y tres cilindros, gracias al buen hacer del turbo, el motor responde desde bajas vueltas.

Ya desde apenas 2.000 revoluciones hay potencia disponible que además se mantiene constante hasta más allá de las 5.000 ‘vueltas’. Esta respuesta se produce de forma bastante suave y silenciosa, con un cambio que, aunque tiene bastante recorrido de palanca, es preciso. El Focus sólo penaliza en las recuperaciones, algo lógico si tenemos en cuenta su baja cilindrada y el desarrollo más bien largo de las velocidades. No hay que olvidarse que los asientos delanteros sujetan bien y permiten disfrutar de la conducción.

Todos estos avances técnicos se traducen en un elevado grado de eficiencia tanto de consumo como de emisiones aunque hay diferencias significativas entre las diversas propuestas.

En el caso del Cee’d, Kia afirma que ha aumentado la rigidez del bastidor, aunque el comportamiento no es tan ágil como el del Focus ni el del Mégane. La suspensión es más blanda y produce algunos movimientos de la carrocería cuando forzamos el ritmo. La posición al volante es equilibrada, aunque menos deportiva que la del Mégane, en el que el conductor está situado más cerca del suelo. La dirección asistida tiene buen tacto y puede llevar una programa que permite elegir entre tres posiciones bien diferenciadas: Normal, Confort y Sport.
Su motor, aun contando con inyección directa, no es tan avanzado tecnológicamente como el de sus rivales.

Carece de sobrealimentación lo que obliga a utilizar el cambio si queremos mover el vehículo con cierta soltura. Es silencioso, sube de revoluciones con facilidad y vibra poco. Nuestra versión de pruebas equipaba el nuevo cambio automático secuencial DCT de doble embrague. Permite manejarlo desde las levas y ofrece un funcionamiento bastante rápido y suave, aunque los desarrollos largos penalizan las recuperaciones.

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Salto cualitativo

La gama de motores TCe de Renault ha supuesto un gran avance con respecto a los propulsores de la generación anterior. El 1.2 de cuatro cilindros y 115 caballos, al igual que el Ecoboost, tiene sobrealimentación, inyección directa y doble distribución variable. Su configuración cuatro cilindros aporta más suavidad y ‘equilibrio’ frente al tres cilindros del Focus.

En carretera, el TCe no se muestra tan elástico como el Ecoboost ni se estira tanto, pero en la zona media de revoluciones la potencia fluye de forma constante y su funcionamiento es más suave y silencioso. Y es que su cifra de potencia máxima la consigue a un régimen bajo para tratarse de un gasolina, a tan sólo 4.500 revoluciones, contra las 6.000 del Focus, de ahí su tacto menos ‘puntiagudo’. Por ello no es de mucha utilidad estirar las marchas más allá de las 5.000 revoluciones. Dinámicamente, su comportamiento es muy homogéneo; sin ser tan ágil como el Focus tiene un chasis bien resuelto que permite un buen aplomo en curva y permite practicar una conducción rápida con bastante facilidad para el conductor.

Consumo ajustado

Un apartado importante de estos nuevos propulsores es el de la eficiencia, tanto en lo referente al consumo como en las emisiones de CO2. Los tres modelos equipan sistema de parada y arranque Stop&Start y en el caso del Focus y el Mégane se ‘libran’ de pagar el impuesto de matriculación y homologan cifras de consumo muy parecidas, aunque difícilmente alcanzables si practicamos una conducción real en carretera. Lo cierto es que este tipo de motores son muy variables en cuanto a consumo de combustible, con cifras que rondan los siete litros en conducción mixta. En este apartado, el Cee’d es más realista al homologar un registro más elevado. En definitiva, cifras muy buenas para unos bloques que aúnan tecnología y agrado de utilización.

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