El Mazda CX-5 es uno de esos modelos que ha funcionado bien a nivel comercial en nuestro país desde el principio, en su caso, desde principios de 2012. Así ha logrado convertirse en un habitual de nuestras carreteras pese a no ser precisamente un coche barato y ahora, tras la llegada de su segunda generación se ha hecho todavía más visible gracias a las modernas líneas heredadas del CX-3. Su diseño atractivo denota tanto buena presencia como agilidad, algo que estábamos deseando comprobar desde nuestro primer contacto visual con este 2.5 Skyactiv-G.

Un breve vistazo al interior resulta suficiente para comprobar que nos encontramos ante un todocamino que hace honor al excesivamente utilizado concepto de premium. Al acceder al habitáculo, nos acomodamos en la posición de conducción haciendo uso del total ajuste eléctrico del asiento, así como de la regulación del volante, tanto en altura como en profundidad. El CX-5 nos transmite la sensación de ser un coche con el que devorar kilómetros sin apenas esfuerzo gracias a la cómoda postura que ofrece.

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La visión desde el puesto de conducción tiene todos los beneficios que acostumbran a ofrecer los SUV: mayor altura de lo habitual y unos retrovisores de gran tamaño que limitan la existencia de los incómodos puntos ciegos, algo de lo que se encarga de reforzar el sistema RVM –rear vehicle monitoring system– que ilumina una zona de los mismos advirtiendo de cualquier obstáculo cuando iniciamos un cambio de carril. En el parabrisas, el Head up display nos proporciona también una valiosa información, con la particularidad de hacerlo directamente sobre la luna delantera, sin que se despliegue una segunda pantalla o precise de una zona sombreada. Este elemento es una opción incluida en el Pack Cruise – 800 euros– que además añade el control de crucero adaptativo y la frenada de emergencia en ciudad, asistentes ambos más que recomendables.

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El CX-5 no solo presenta un habitáculo ancho, incluso para personas de talla grande, sino que presenta también una altura al techo considerable que en ocasiones se echa en falta en otros SUV. Además, el habitáculo está repleto de materiales de primera calidad y de unos acabados que invitan a toquetear hasta el último rincón del vehículo con resultados siempre satisfactorios. Todo ello con un salpicadero de aspecto relativamente sencillo gracias a que la gran mayoría de opciones son accesibles o bien desde el volante –desde donde se controlan las necesidades de audio y teléfono– o bien desde el centro multimedia, cuya navegación se hace a través de unos mandos intuitivos y muy ergonómicos, manejables mientras estamos cómodamente apoyados en el reposabrazos.

El puesto de conducción es elevado, amplio y cómodo y la posición y luminosidad de la pantalla permite una buena visibilidad de la misma.

La consola central queda reservada para las opciones de climatización, incluidos los asientos calefactables, un extra que disfrutamos en nuestra unidad gracias al Pack cuero –1.950 euros– y que añade además el ajuste eléctrico con memoria de los asientos delanteros. Mazda también ha decidido elevar la posición de la pantalla, permitiendo una posición clásica de las salidas de aire y facilitando la visibilidad de la misma, pues permite consultar los datos seleccionados sin desviar la vista de la carretera, algo especialmente valioso al usar la navegación vía GPS. Sus opciones de luminosidad permiten que el visionado sea satisfactorio tanto en ausencia de luz exterior como en esos delicados momentos del día en el que sol incide de forma directa en el interior del vehículo.

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Mención especial merecen las plazas traseras, excepcionalmente cómodas para dos adultos, donde destaca la altura al techo disponible sin que para ello se hayan descuidado el espacio para las piernas y ni mucho menos su anchura, tan agradecida como en la parte delantera. El reposabrazos trasero además incluye espacio para la bebida, así como dos entradas USB con la que poder cargar un teléfono móvil o una tablet.

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Los asientos posteriores permiten además una ligera reclinación para una postura más cómoda, a costa, eso sí, de restarle algo de espacio al maletero que, en esta unidad, declara una capacidad de 477 litros sin necesidad de retirar la bandeja. Tampoco hay que olvidar que, de serie, el portón trasero se abre y se cierra automáticamente con solo pulsar un botón.

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En marcha se revela como un gran rodador

Tras pulsar el botón Start, sin necesidad de sacar la llave de nuestro bolsillo ni siquiera para acceder al vehículo, el CX-5 nos confirma que en Mazda también han trabajado a fondo su aislamiento. Tanto el sonido del motor como sus vibraciones resultan imperceptibles hasta que la velocidad aumenta y es entonces cuando los habituales ruidos aerodinámicos y de rodadura ganan presencia si bien manteniéndose en niveles muy bajos. En movimiento, se revela como un vehículo ágil, muy agradable en sensaciones tanto por el tacto de dirección como por el de los pedales, a pesar de que la habitabilidad interior nos pudiera hacer pensar por momentos que nos encontrábamos ante un vehículo de un tamaño excesivo.

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A la agilidad del chasis hay que añadir la que le brinda un motor a la altura de las circunstancias. Este 2.5 litros Skyactiv de gasolina con 194 caballos de potencia nos permite mover con solvencia los 1.560 kilos que pesa este vehículo, asociado como única opción a un cambio automático por convertidor de par que resulta tan suave como agradable y es que es capaz de intuir de forma acertada las pretensiones de aceleración, seleccionando generalmente la marcha que mejor se adecúa en cada situación.

A la hora de solicitar más potencia, la caja de cambios responde con rapidez, con reducciones tan acertadas como progresivas, pecando únicamente de mantener un número alto de revoluciones durante excesivo tiempo una vez hemos dejado de solicitar la máxima aceleración. En cualquier caso, tenemos la posibilidad de seleccionar la marcha en la que deseamos ir directamente en la palanca, pues este modelo carece de levas tras el volante.

El cambio automático es rápido, suave e intuitivo y encaja perfectamente con este motor de gasolina que desactiva cilindros para ahorrar sin que el conductor se percate.

Como novedad respecto a los motores con los que se presentó la segunda generación de CX-5, el 2.5 litros de la unidad probada posee tecnología de desactivación de cilindros, prácticamente imperceptible para el conductor, pero que repercute en los consumos. En los momentos de menor exigencia de potencia, el bloque desconecta dos de sus cuatro cilindros, siendo más notorio a bajas velocidades, donde según el fabricante, el consumo puede disminuir hasta un 29%, reduciéndose esa ventaja a apenas un 5% en velocidades en torno a 80 kilómetros por hora.

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Con casi 200 caballos bajo el pie derecho, se agradece que este sistema dosifique su gasto y también la tracción total, que nos recuerda que está ahí para garantizar una gran motricidad tanto en condiciones de escasa adherencia como en los giros más cotidianos, como los de las concurridas rotondas de las ciudades. Y aunque el CX-5 se desenvuelve bien en cualquier situación, es en autovía donde tiene mucho que decir, siendo un compañero ideal para tragar kilómetros sin que estos pesen. La suspensión realiza un gran trabajo en este aspecto, haciendo que incluso los tramos más comprometidos de nuestra red de carreteras pasen inadvertidos para los ocupantes. La dirección de dureza variable también amolda perfectamente a cada situación, de forma que puedes mantener firme el volante con poco esfuerzo sin que las irregularidades del asfalto interfieran en la trayectoria del vehículo y consiguiendo a la vez una respuesta rápida y precisa en curvas, mejor que en el CX-5 de primera generación. El sistema LKA, de prevención de cambio involuntario de carril, también se agradece en largos viajes pues no resulta intrusivo y nos da un pequeño toque en el volante si detecta cualquier circunstancia de riesgo.

La aceleración del 2.5 resulta satisfactoria más allá de los datos que declaran un 0-100 km/h en 9,2 segundos, más discreto que el de sus competidores más directos de Volkswagen o BMW, ambos menos parcos en consumo.

En ningún caso la falta de respuesta es algo que se pueda achacar al SUV de Mazda, que se mueve con soltura en carretera, tanto a la hora de subir puertos de montaña como en recuperaciones o realizando rápidos adelantamientos. En situaciones de mayor necesidad, se puede recurrir al modo Sport, que se activa fácilmente junto a la caja de cambios, agilizando la respuesta de ésta y aumentando el par disponible, si bien, en la mayoría de las ocasiones, resulta totalmente prescindible.

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Sin duda, este Mazda CX-5 es un vehículo del que resulta fácil enamorarse, un gran compañero de viaje tanto para el conductor como para los acompañantes y que con este motor gasolina de gran cilindrada es una alternativa a tener en cuenta en una categoría históricamente acaparada por los diésel. Su consumo medio homologado es de 7,1 litros a los 100 kilómetros pero durante nuestra prueba se movió entre los 8 y 8,5 litros, unas cifras más que interesantes para un coche de su tamaño y potencia.

El precio también es uno de los grandes reclamos de este modelo respecto a la competencia, pues la unidad probada, con los extras ya mencionados, así como el techo eléctrico – 500 euros–, está disponible por 38.925 euros, sin contar la pintura metalizada. El anteriormente mencionado Volkswagen Tiguan Sport 2.0 TSI de 180 caballos parte de los 43.150 euros –extras aparte– y el BMW X3 xDrive20i de 184 CV de los 50.350. Ahora, tú decides.

A favor:

Comportamiento dinámico. Confort en marcha. Suavidad mecánica.

En contra:

Aceleración desde parado. Maletero algo justo. Precio de algunos extras.