En el pasado GP de España, dominado con puño de hierro por el equipo Mercedes y, más concretamente, por Nico Rosberg resucitado, otro hombre brilló con luz propia, marcó el día con fluorescente en su carrera deportiva, destapó la caja de las esencias.

Carlos Sainz logró el quinto lugar en parrilla con su Toro Rosso –una marca sólo mejorada dos veces en los diez años de existencia del equipo– y vio la bandera a cuadros en novena posición, lejos de los puestos de honor, lastrado por la escasa potencia de su motor Renault y las dificultades para configurar un coche efectivo con el depósito de combustible cargado hasta arriba.

Sin embargo, la sensación que el madrileño dejó en el público, en la prensa y entre sus propios rivales es que, después de llegar a la F-1 sin hacer mucho ruido, con el sambenito de su apellido y a la sombra mediática del fenómeno Max Verstappen, había demostrado que nada había sido por casualidad. No es que el holandés haya decepcionado, ni mucho menos, sino que Carlos ha sorprendido por lo "rápido y maduro que se ha mostrado inmediatamente".

Esas fueron las palabras de Helmut Marko al término de la carrera tras derrotar a su eterno rival Daniil Kvyat en pista, consonantes con las sensaciones de diversos ingenieros de Toro Rosso, directos al explicar a CAR and DRIVER que la jovencísima dupla de pilotos de este año ha logrado un ambiente de colaboración y trabajo tan intensivos que eclipsan a las anteriores alineaciones del equipo de Faenza.

UNA PÉRDIDA ESPECIAL

Pero al margen de la presión, la estrategia, la remontada, los puntos… el GP de España dejó una historia curiosa para Carlos Sainz, esta vez junto a Fernando Alonso: el Nuevo Matador perdió para siempre La Gorra, en mayúsculas, como solía llamar a la que lucía sobre su cabeza en los días importantes de clasificación y carrera desde que empezó su aventura en la World Series by Renault, hace ya año y medio, y que por tanto le había acompañado en sus mejores actuaciones como piloto.

Empecemos por el principio: el Circuit de Barcelona-Catalunya, en un esfuerzo por acercar a la grada el orgullo que supone tener tres pilotos patrios en parrilla, pactó con la FOM que Roberto Merhi, Carlos y Fernando detendrían su habitual vuelta de exhibición a lomos de coches clásicos y subirían al terraplén que jalona el exterior de la curva 3 para lanzar gorras firmadas al público.

Los pilotos accedieron encantados, y las televisiones de todo el mundo captaron como nuestros paladines repartían ilusión entre el público. Pero entonces, algo se salió del guión: Fernando Alonso tomó la gorra que él mismo llevaba puesta y la ofreció a la afición, tan fervorosa en su respuesta que animó a Fernando a dar un paso más: en un movimiento rápido, le arrebató La Gorra a Carlos y, cuando éste quiso reaccionar, su amuleto ya volaba irremediablemente hacia la tribuna. Red Bull le da a sus pilotos 15 gorras al año, pero ninguna vivió con Carlos aquel fin de semana en Paul Ricard, ninguna se mojó tanto de champán. Estaba roída por la visera, se le habían caído los dos botones que llevaba detrás… pero daba igual, era única.

"Fernando me ha tirado la gorra al público, me he quedado flipado", le dijo el piloto a la jefa de prensa nada más bajarse del coche. Su hermana pequeña, Ana, lo había visto por televisión: "Es un gran problema", espetó al resto de la familia, aunque entre todos le convencieron de que no debía comentarle nada a Carlos, una persona detallista y meticulosa que encuentra el orden en cada rincón de su mente antes de empezar cada carrera. Ana guardó silencio y su hermano brilló en carrera, aunque cambiara su gorrita gris rayada por una más convencional, azul Red Bull.

Es más, aunque Carlos alucinó con el gesto espontáneo de su ídolo, inmediatamente le encontró sentido a la pérdida: "Si lo ha hecho Fernando, entonces estoy encantado", dijo a su gente, diez años después de que su primer encuentro con Alonso en ese mismo escenario desencadenase su deseo de convertirse en piloto de F-1. Con el lanzamiento de esa gorra, alegóricamente, Fernando le dio la alternativa a una nueva figura del paddock, le desposeyó de los vestigios de Sainz Jr. para abrirle aún más la mirada a su nuevo estatus. Pero si usted estaba sentado en aquella pelouse y volvió a casa con una gorra gris y desgastada cazada al vuelo, sepa que lo hizo con un pedacito de la historia de Carlos Sainz.

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