Dice de las mejores canciones quien supo componer unas cuantas en nuestro idioma que, además de una bonita letra y melodía, "tienen ese algo más que nadie sabe lo que es pero que es lo único importante". Por si no lo han adivinado, la cita es de Joaquín Sabina y convendrán conmigo que trasciende perfectamente de la música a cualquier otra disciplina que requiera del beneplácito más ferviente del respetable. Así sucede con los automóviles, hay muchos, la mayoría son buenos, algunos casi perfectos pero sólo unos pocos logran elevarse a la categoría de mitos y se instalan para siempre en tu memoria sin que sepas muy bien por qué; de la misma forma que aprendiste que olvidar a alguien amado cuesta exactamente 19 días... y 500 noches.

Tanto el Alfa Romeo Giulia Quadrifoglio Verde como el BMW M3 son así, máquinas con personalidad propia y eso es algo que se siente y se transmite de generación en generación. Los italianos le llaman cuore y demostraron una capacidad excepcional para imprimírselo a los Alfa de mediados del siglo pasado. Pusieron el listón tan alto que en los años venideros ni siquiera ellos fueron capaces de estar a la altura de sus antepasados, dejando un hueco que otros supieron llenar. Desde 1986 hasta nuestros días, BMW siempre ha tenido un M3 en sus filas, ya fuera con carrocería cupé, cabrio o berlina, con motores de cuatro, seis u ocho cilindros y con potencias igualmente dispares. No importa, la filosofía era absolutamente innegociable: llevar la mecánica de su turismo medio al máximo rendimiento, poniendo las sensaciones por encima de todo.

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Así las cosas, un 'Alfa Romeo versus BMW' siempre es un duelo especial pero es que además estamos ante los dignos sucesores de dos iconos. Hasta la llegada de este Giulia, el 75 era la última berlina que había lucido el Quadrifloglio Verde –distintivo de máxima deportividad– en su carrocería y su despedida coincidió con la llegada del primer M3. Llevábamos casi tres décadas sin poder reeditar este enfrentamiento y, quizá por ello, nuestro encuentro con estas dos bestias en el garaje resultó especialmente intenso. Mientras los rodeábamos para valorar cada elemento estético introducido en sus musculosas carrocerías, a través de sus amplias parrillas, sus tomas de refrigeración y sus branquias laterales, parecía filtrarse una voz cada vez más clara y sobre todo más sugerente que suplicaba "condúceme".

LATIDOS DE CUORE SPORTIVO

Seguramente porque el italiano suena bastante más bonito que el alemán –al menos a nuestros oídos– de repente me vi perfectamente acomodado en un bacquet con estructura de fibra de carbono, con un fino volante de tres radios dobles desde el que arrancar el motor con mi mano izquierda y un enorme pomo metálico en la derecha, dispuesto a meter primera en un coche con 510 caballos y cambio manual. La carta de presentación de este Quadrifoglio no podía empezar mejor.

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Los dos captan tu atención por su diseño y te envenenan con su extrema deportividad

Los primeros kilómetros sirven de termómetro para una berlina que muestra su cara más amable, tanto en ciudad como en autopista. La dirección resulta suave, la insonorización exquisita y el potencial del V6 biturbo no se advierte en absoluto hasta que decidimos comenzar a girar el mando DNA, estratégicamente situado al lado del conductor. Menos mal –pensamos– pues si bien entre los modos Normal, Dynamic y Allweather la electrónica modifica tímidamente su comportamiento, en el Race asistimos a una transformación inusitada.

En cuestión de segundos, la suspensión del Giulia cobra una rigidez extraordinaria y transmite cada ondulación de la carretera al habitáculo obligándonos a dar incluso pequeños saltos en el asiento, cómo sólo sucede en los bólidos de carreras. Por su parte, la dirección gana rapidez y también precisión pero nada de resistencia, de modo que va bastante más 'suelta' que en otros turismos deportivos y mucho más que en el M3, donde peca de ser algo pesada en su modo más agresivo. Con todo y eso, el cambio que más sorprende es el del motor, que gana potencia y dispara los decibelios de golpe, transmitiéndonos una sensación de poderío brutal, especialmente entre las 5.000 y las 6.500 vueltas, cuando sentimos que todo pasa tan rápido como en un supercar. De hecho, en esta configuración, el paso por curva del Quadrifoglio es simplemente espeluznante. Parece ocultar unos cuantos kilos a la hora de entrar en los virajes más cerrados, algo que hace con suma facilidad para dedicarnos un ligero deslizamiento del tren posterior a la salida, ya con los controles de tracción y estabilidad en su modo más permisivo.

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La electrónica camufla más el rendimiento del Alfa que el de un BMW menos prestacional

CON 'M' DE MUTANTE

El cambio de volante llega en pleno éxtasis, justo cuando la berlina italiana nos tenía más entusiasmados. Sin embargo, el del M3 siempre es un buen asiento para el disfrute y lo es además desde el primer instante. Con una electrónica que nos permite calibrar la respuesta de la suspensión, la dirección, el acelerador y el cambio de manera independiente, apreciamos como incluso en su configuración más conservadora, nuestro compañero de ruta sigue siendo todo un 'M'. Su tacto general es más duro, el rugido del seis cilindros turbo es más potente y encandilados por esta atmósfera de deportividad no dudamos en exigirle el máximo activando el Sport+ en cada uno de sus elementos, esperando una respuesta todavía más hosca. Nada más lejos de la realidad, el BMW es preciso, rápido y suficientemente estable cómo para terminar cogiéndole mucha confianza, pero no resulta tan camaleónico como el Alfa ni alcanza ese grado de locura que transmite el Alfa y que digamos, te transporta de 0 a 200 kilómetros/hora en lo mismo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks.

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- Ver precio, equipamiento y ficha técnica del Alfa Romeo Giulia Quadrifoglio

- Ver precio, equipamiento y ficha técnica del BMW M3

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