A las seis de la tarde, con una puntualidad exquisita, el barco atracó en el puerto de Civitavecchia tal y como estaba previsto. La mañana nos había servido para pasear por Roma y conocer sus principales atracciones turísticas, algo que habíamos podido llevar a cabo con éxito pero a pie y con una carga extra en la mochila: la tensión. Sabíamos que estábamos a punto de afrontar uno de los momentos cruciales, ¿habría sido una buena idea lo del ferry?

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Indiscutiblemente, los italianos no tardaron en demostrar su familiaridad con las motos y me autorizaron enseguida para acceder al barco por mi propio pie y retirarla yo mismo. Estaba perfectamente aparcada junto al resto de motos en la zona más próxima a la salida, bien sujeta, sobre su caballete y con la primera marcha metida. Una lástima que en Barcelona –a la vuelta– nos sucediera todo lo contrario, algo que no podemos achacar a Grimaldi y sí a la pésima conducta de sus trabajadores de la ciudad condal, aunque esa historia nos la reservamos para el último capítulo.

Civitavecchia nos causó una grata impresión. El tren tardó menos de media hora en dejarnos en esta pequeña localidad costera, repleta de turistas que vivía además sus fiestas de verano, por lo que el ambiente resultaba inmejorable. De la estación al puerto habíamos ido andando, un paseo de 15-20 minutos que te puedes ahorrar usando el autobús si vas más pillado de tiempo, pero a nosotros nos permitió valorar la limpieza de sus calles y la alegría de su gente, además de conocer el Forte Michelangelo, una fortaleza que da acceso al puerto.

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Después, ya con las maletas cargas y los guantes y el casco puestos, nos llevamos el primer disgusto. Fue exactamente en la primera gasolinera, la más cercana al puerto, donde repostamos a 1,85 euros y es que aunque la gasolina está efectivamente bastante más cara en Italia que aquí, no volvimos a caer en un repostaje tan caro en todo el viaje, así que desaconsejamos parar en ésta.

Afortunadamente, la escasa capacidad del depósito de la BMW F800 GT maquilló la cuenta. Sorprende que con un máximo de 15 litros de combustible, esta moto de 213 kilos y 90 caballos de potencia pueda cubrir con facilidad distancias cercanas a los 300 kilómetros antes de entrar en la reserva. Lo habíamos comprobado en el Madrid – Barcelona y ahora, con un combustible más caro, lo valorábamos todavía más.

El trayecto de vuelta a Roma fue de lo más tranquilo, perfecto para calibrar el tráfico italiano. Nuestra primera carretera era costera y marchaba pegada al mar, dando acceso a numerosos restaurantes y hoteles locales. Estaba realmente concurrida y entre los coches y los semáforos llegamos a nuestro destino con un poco de retraso, pero nos permitió ensayar nuestros primeros adelantamientos en línea continua, algo que es legal en este país pero que requiere cierta pericia y sentido común. Los coches suelen facilitarte la maniobra y sólo se puede hacer cuando no hay señales verticales que lo prohíban. Al final, llegamos tarde a la capital pero esto iba a ser la tónica habitual del viaje, en especial durante nuestra excursión hacia al sur que estaba a punto de comenzar.

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Esa noche logramos aparcar la moto en un parking cerrado dentro del hotel y, la verdad, descansamos mucho mejor. A la mañana siguiente estábamos listos para nuestra primera parada, en Nápoles. De camino, los paisajes de Anagni, Segni o Cassino ya nos hacían sospechar la belleza del terreno, con diversos pueblos salpicados en las montañas y ermitas y otros monumentos ubicados en la parte superior de las mismas.

Sin embargo, a medida que el navegador nos fue empujando hacia el sur, el paisaje cambió progresivamente. La carretera fue perdiendo en calidad y tanto los vehículos como la conducta de sus conductores dejaba bastante que desear. En el último tramo, en plena vía de circunvalación, tan sólo la basura acumulada y el inexistente mantenimiento de estas vías nos llamaba la atención. Menos mal que, al menos, encontramos un sitio donde dormir ya no sólo con la moto a cubierto, sino que fantásticamente acompañada por este veterano y carismático vehículo local. Sus consejos y los de su propietario, los agradecimos al día siguiente en una auténtica jungla circulatoria que jamás hubiéramos podido imaginar...

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Jose Carlos Luque

Experto y apasionado del motor y la comunicación en todas sus formas, recalé en Car and Driver a finales de 2007 y desde 2016 dirijo este site. Periodista de vocación y formación, conservo buenos contactos en el sector y trato de que la información que leas aquí sea la más inmediata, completa y veraz. Pero también realizo pruebas, comparativas, noticias, entrevistas... y en mis ratos 'libres' crío a tres niños pequeños que –con diferencia– es el trabajo más duro de todos los que he hecho jamás.